CURRO DEMASIADO
1990-2293 (gracias a los avances médicos)
Barcelona - Málaga

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CURRO DEMASIADO

1990-2293 (gracias a los avances médicos)

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Me infiltro en una secta y todos los integrantes son infiltrados.


Inédito (2022)

Desde que empezó la pandemia me he enganchado a un género de vídeos muy concreto: youtubers comprometidos que se infiltran en sectas o estafas para divulgar sus prácticas y denunciarlas. Los he visto todos: “Me infiltro en la peligrosa secta del Santo Escolapio”, “Me apunto a la masterclass del criptomentalista inversor” o “Me abro cuenta en Idealista e intento buscar piso en Barcelona”.


Por una mezcla de tedio vital y compromiso social me he despertado hoy con una idea en la cabeza: tengo que infiltrarme yo también en una secta y compartir mi experiencia con el mundo. Es hora de destapar un nido de corrupción moral, salvar gente atrapada en las garras de la espiritualidad de marca blanca y formar parte de la élite de Youtube.


Decido usar mi ingeniería social para encontrar una secta sabiendo que no se anuncian como sectas. Pruebo con “Retiros espirituales con sustancias psicotrópicas en Barcelona baratos” y ¡ojo,  que hay una! Hoy es mi día de suerte. Voy a por ti “Círculo secreto del renacer espiritual, la hermandad de los pueblos y la legalización de la ayahuasca”. 10 de 10. Con gurú y todo.


Toca preparar el apartado técnico. Necesito una cámara que pase desapercibida y que tenga un mínimo de calidad. Mi teléfono móvil hace bien la función. Para sujetarlo me pongo en mi brazo derecho un brazalete porta-móvil de runner, coloco el móvil con la pantalla hacia mi brazo y lo tapo con la manga de la sudadera. Finalmente, hago un agujerito en el tejido para que la lente de la cámara tenga visibilidad.


Sintiéndome como James Bond o Carles Tamayo con mi nuevo gadget me dirijo a la sede de la secta donde ya he reservado mi plaza. Estoy algo nervioso. Una chica me espera en la puerta y me cobra un donativo voluntario fijo de 200€ por la modalidad de viaje “Vuelo del hurón”. No era el plan más económico, pero era el primero que incluía ayahuasca. El más barato, “Susurro del capibara”, solo incluía tabaco.


Entro en la sala circular y empiezo a conocer a algunos de los que serán mis nuevos compañeros. El ambiente es tenso, también es la primera vez de aquellos con los que cruzo unas palabras. Aún así, el trato es cordial y amable entre los asistentes. Distingo al gurú, un señor regordete y bajito, ataviado con una túnica blanca.


Cuando estamos todos empieza el ritual. Nos sentamos en cojines con las piernas cruzadas y formando un círculo. Finjo que me rasco el brazo para presionar el botón de grabar con mi móvil camuflado. Soy consciente de que por el momento solo estoy grabando el brazo de la compañera que se sienta a mi derecha. Pero mi plan es ir girando el cuerpo muy poco a poco para poder grabar al gurú que imparte el ritual.


La primera media hora es una explicación mística y una serie de advertencias sobre los efectos adversos de la ayahuasca: epilepsia, arritmias, muerte... nada importante. Después, un calentamiento espiritual a base de relajación que prepara el cuerpo y la mente para la parte dura del ritual.


Llegó el momento esperado. Es casi de noche y empezamos con las sustancias. A estas alturas del ritual ya tengo el cuerpo totalmente girado y estoy mirando directamente a mi compañero de la izquierda; pero he sido sutil y nadie se ha dado cuenta. Mi cámara ya está enfocando perfectamente el foco de la acción. Me da un poco de miedo romper el círculo, pero la verdad es que todos los compañeros están sentados de forma irregular.


Nos dan un pequeño cuenco con ayahuasca. No tengo el menor interés en probarla, yo vengo aquí a destapar una secta y no puedo mermar mis sentidos. Todos beben, incluído el gurú. Finjo beber, pero realmente lo mantengo en la boca y, en un despiste, voy al baño. Cuando llego hay unas 6 personas esperando. Debe ser que la ayahuasca da ganas de orinar. Entro y escupo. Cuando salgo hay 9 personas más en cola, todas calladas y esperando. Vuelvo a la sala semivacía y me siento con los ojos cerrados. Han puesto una música extraña.


Me faltó informarme sobre los efectos de la ayahuasca y ahora no sé qué hacer para fingir que he consumido. Me fijo en mis compañeros, pero por el momento solo hay algo de nerviosismo y algunas miradas entre nosotros. Al cabo de un rato, un chico alto, en un arrebato sincronizado con la intensidad de la música, finge que está tocando el saxofón. En cuestión de 3 minutos toda la sala está imitando instrumentos. Yo, que ya me había sentado directamente de lado, me animo a tocar el bajo invisible mientras meneo el cuello con intensidad.


Dejándonos llevar por los instrumentos invisibles y, mis compañeros, por el efecto de la ayahuasca, la mayoría de la gente está ya en pie bailando. A estas alturas incluso me arrepiento de no haberla probado. Yo, que quiero pasar desapercibido, estoy haciendo el robot en un lado de la habitación grabando a través del brazo derecho la psicodélica escena.


El gurú empieza a ponerse nervioso y apaga la música. Nos invita a sentarnos de nuevo. Mi móvil se está quedando sin batería así que me llevo mi cojín al lado de un enchufe y, disimuladamente, desencajo ligeramente el móvil del brazalete para pasar el cable por debajo de la sudadera hasta conectarlo.


El gurú nos dice que nos demos las manos y oremos. Mi brazo está conectado a la pared, así que no consigo agarrar la mano de la chica de al lado. Por suerte ella tiene una power bank saliendo de su manga y puedo cogerme de ella alargando un poco el cable. Le agradezco el gesto y me maldigo por no haberme agenciado una power bank yo también.


Agarrados todos de las manos y yo de la power bank que sale de la manga de mi compañera, vamos contando por qué hemos decidido hacer este ritual y emprender el camino a un nuevo renacer a través del espíritu. Quitando a una chica a la que se le había muerto el gato, todos los demás afirman que lo han dejado con su pareja y están pasando una mala racha. Yo quería inventarme otro motivo para no llamar la atención, pero dada la situación creo que es más seguro decir también que he cortado con mi pareja. El gurú ya no sabe que responder a partir del octavo desamor.


Faltando tres personas por hablar, el gurú corta para dar paso a la sección de cánticos. Recibimos algunos instrumentos de percusión poco estimulantes y nos enseña un par de mantras para cantar. El segundo mantra es interrumpido por “Billi Jean” de Michael Jackson. Nos miramos y un chico se abre la bragueta del pantalón para sacar su móvil. Para perplejidad del gurú, el chico atiende la llamada y le explica a su pareja cómo tiene que desmontar la batidora de vaso para limpiarla.


Tras una disculpa, el chico vuelve a guardar el móvil en la bragueta, que cierra a medias, y continuamos con la música. Una hora más tarde el gurú empieza a vomitar y se marea. El color de su cara pasa a verde y luego a blanco. Le ayudamos a sentarse en una silla y le traen un vaso de agua. Diez minutos después queda desmayado en el suelo y lo acomodamos en una esquina.


Aprovechando que no hay gurú, me habría gustado sacar mi cámara oculta para grabar con tranquilidad y dar cierre al vídeo; pero no quiero delatarme delante de mis compañeros y  que descubran que soy un infiltrado en sus rituales íntimos. Es casi de madrugada y me despido de todos ellos, también de un chico muy simpático con una pértiga de sonido que salió detrás de una maceta después del desmayo del líder espiritual.


Volviendo a casa en el autobús me siento cansado y sobrepasado por la experiencia. Creo que he podido captar la crudeza y la verdad detrás de este tipo de sectas. Estoy seguro de que mi debut en Youtube tendrá buena acogida, aunque no puedo dejar de pensar en mis pobres compañeros que han ido allí engañados esperando enderezar su vida tras la ruptura con sus parejas.